Por: FETUR Nacional

El anuncio del gobierno de Trump sobre la cancelación de trece rutas operadas por aerolíneas mexicanas no es solo una decisión técnica: es una jugada política que toca fibras sensibles en la relación bilateral.
Detrás de la excusa de los “acuerdos aéreos incumplidos” se lee un mensaje claro: Estados Unidos vuelve a ejercer presión económica como instrumento de control. Y lo hace en el aire, el mismo espacio que simboliza libertad y conexión.

Para México, esto significa más que la pérdida de vuelos. Es una alerta sobre nuestra dependencia en la conectividad aérea como arteria principal del turismo y del comercio. La pregunta no es cuántas rutas se cancelan, sino cuánta soberanía se pierde cuando los cielos dependen de decisiones externas.

El golpe afecta principalmente a Aeroméxico, Volaris y Viva Aerobus, pero su eco alcanza a todo el ecosistema turístico. Menos rutas significan menos opciones, mayor costo de boletos y, en consecuencia, menor competitividad para destinos que dependen del flujo estadounidense. En el mapa invisible de la economía turística, cada vuelo cancelado es una línea que se borra entre dos mundos.

Aquí entra el papel del empresariado turístico mexicano: entender que la soberanía no solo se defiende en el territorio, sino también en los datos, la infraestructura y la innovación. No podemos controlar las decisiones del gobierno estadounidense, pero sí podemos controlar cómo nos adaptamos.
Digitalizar, diversificar y fortalecer las rutas internas no es una alternativa; es una respuesta inteligente frente a un entorno cada vez más incierto.

Las rutas se cancelan, pero las conexiones no. Lo que hoy parece una restricción aérea puede convertirse en catalizador para rediseñar la manera en que México se mueve, vende y se cuenta al mundo.
La verdadera soberanía turística empieza cuando dejamos de depender del permiso de volar.